En un entorno donde el inglés es la lengua dominante, muchas familias hispanohablantes enfrentan el reto de preservar su idioma y transmitírselo a las nuevas generaciones. La desvalorización histórica del español en Estados Unidos ha dificultado este proceso, especialmente para quienes crecieron en familias inmigrantes. Sin embargo, algunas madres, como Brenda De León, han asumido la responsabilidad de mantener vivo el español en sus hogares, utilizando estrategias que combinan la enseñanza del idioma, la motivación cultural y un equilibrio entre ambas lenguas en la vida diaria. Brenda ha criado a su hijo, Diego, haciendo que el español forme parte de su vida cotidiana desde una edad temprana.

El ámbito familiar es fundamental para conservar la lengua nativa; si los niños no la adquieren a una edad temprana en el hogar, es difícil que lleguen a hablarla con fluidez (Krashen et al., 1979; Pinker, 1995). Este proceso de adquisición del idioma en casa está profundamente influenciado por la dinámica cultural y social, especialmente en contextos de inmigración y lenguas minoritarias. En Estados Unidos ha prevalecido un proceso de anglicización en el que, en tres generaciones, la lengua de los inmigrantes tiende a ser reemplazada por el inglés. En la primera generación, los inmigrantes aprenden inglés, pero suelen seguir prefiriendo su idioma nativo, especialmente en casa. En la segunda generación, los hijos de inmigrantes crecen como bilingües, pero el inglés se vuelve dominante, incluso al hablar con sus padres. Finalmente, en la tercera generación, el inglés se convierte en la lengua predominante, y el conocimiento del idioma minoritario, como ocurre en muchos casos, se vuelve fragmentario (Lopez, 1996; Portes & Hao, 1998; Portes & Schauffler, 1994).
Un ejemplo claro de este fenómeno se refleja en el abuelo paterno de Diego. Aunque nació en Estados Unidos, era hijo de inmigrantes y hablaba español en casa. De niño, hablaba español en la escuela, pero era castigado por hacerlo, lo que lo llevó a dejar de usar el idioma con el tiempo. Al formar su propia familia, crio a su hijo (el padre de Diego) solo en inglés. Así que siguió el patrón de los miembros de la segunda generación, que tienden a hablar inglés en casa, incluso con los padres inmigrantes. Como resultado, el padre de Diego creció sin dominar el español, como es típico de la tercera generación, y en su hogar actual el inglés terminó imponiéndose.
Este proceso de anglicización ha impactado directamente a Diego, quien crece con un padre monolingüe y un conocimiento limitado del español, aunque poco a poco su madre lo ha ido fortaleciendo. La responsividad materna, es decir, la capacidad de la madre para responder de manera afectiva y adecuada a las necesidades de su hijo, juega un papel fundamental en su desarrollo lingüístico (Tamis-LeMonda et al., 2001). En este contexto, Brenda busca no solo enseñarle español a su hijo Diego, sino también inculcarle el valor cultural del idioma y reforzar su identidad bilingüe.
Estados Unidos ha sido multilingüe desde sus inicios, pero se estableció desde temprano como una sociedad en la que un solo idioma, el inglés, ocupa una posición hegemónica y los demás deben luchar por mantenerse (Lieberson et al., 1975; Portes & Hao, 1998). Es así como el inglés se convierte en la lengua predominante fuera del hogar, ya que es el idioma utilizado en la escuela, el trabajo y la vida pública (Portes & Hao, 1998). Sin embargo, hay familias que han logrado mantener el español en casa. Brenda De León, por ejemplo, creció en un hogar en que sus padres insistieron en hablar español, a pesar de que las cuatro hijas preferían comunicarse en inglés. Gracias a esta constancia, Brenda y sus hermanas aprendieron a hablar ambos idiomas con fluidez, y ahora, como madre, busca replicar esta experiencia con su hijo Diego.
Las investigaciones científicas han demostrado que gran parte de las conversaciones entre madres e hijos tienen que ver con las actividades del hogar (por ejemplo, comer, bañarse, vestirse, imponer disciplina). Los niños necesitan que se les modele el uso del lenguaje en muchas circunstancias distintas (Ada et al., 2017; Puetate Manitio & Mendieta Torres, 2022). En este sentido, Brenda incorpora el español en actividades cotidianas, aprovechando estos momentos para reforzar el idioma con Diego. Mientras cocinan juntos, le explica en español los ingredientes que utilizan o le pide en el supermercado que busque productos específicos, como naranjas, para fortalecer la asociación entre palabras y objetos. También utiliza la exposición audiovisual como herramienta, escuchando música en español en casa y en el auto, además de ver caricaturas en español para reforzar el idioma de manera lúdica. La música, además de ser una herramienta clave para la enseñanza del español, tiene un valor educativo significativo y es excelente para el aprendizaje infantil, ya que fomenta el disfrute, el goce y la vivencia, lo cual sensibiliza a los niños en el ambiente escolar. Al ser una síntesis de arte y conocimiento, la música inspira creatividad, ingenio y poesía, generando en los niños preescolares libertad de movimiento, similar a los cuentos y narraciones que los transportan a mundos de fantasía y realidad. Entre sus beneficios se encuentran la mejora de la atención y concentración, el incremento de la memoria y creatividad, el desarrollo de habilidades motoras y rítmicas, y el fortalecimiento de la seguridad y capacidad de socialización (Puetate Manitio & Mendieta Torres, 2022). Asimismo, Brenda fomenta la lectura y el aprendizaje contextual, seleccionando libros en español que abordan temas culturales y sociales, como la vida de inmigrantes y Dreamers, especialmente durante las elecciones. Brenda ha notado que Diego aprende bien cuando participa activamente en las actividades. En lugar de memorizar vocabulario con libros, responde mejor cuando puede identificar objetos físicamente. Por ejemplo, si Brenda le pide que traiga el aceite de oliva, Diego se sube a la encimera y le muestra dos opciones, preguntando: “¿Este o este, mami?”
Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, Brenda enfrenta tres obstáculos principales. En primer lugar, el dominio del inglés en su hogar dificulta la práctica del español. Según Portes y Hao (1998), los niños tienen una mayor probabilidad de alcanzar el bilingüismo cuando crecen en familias intactas donde ambos padres comparten y utilizan su lengua materna en el hogar, ya que esto refuerza tanto el desarrollo del inglés como el mantenimiento del idioma minoritario. En el caso de Brenda y Diego, aunque se observa un esfuerzo consciente por parte de la madre para enseñar español mediante actividades cotidianas y participación activa, la situación lingüística del hogar presenta un desafío. Su esposo, a pesar de ser hispano, no utiliza el español con Diego, lo que le limita la exposición constante al idioma. Esta falta de coherencia en el entorno lingüístico familiar ejemplifica cómo el predominio del inglés y la ausencia de un modelo dual de fluidez pueden obstaculizar la adquisición y retención del español en la futura generación, tal como advierten los autores.
En segundo lugar, la falta de compañeros de práctica limita aún más la exposición de Diego al español, ya que la mayoría de los niños de su edad hablan inglés, y aunque algunas de sus primas estudian español en la escuela, no lo practican fuera del aula. Esta falta de oportunidades para interactuar en español refleja una tendencia más amplia a nivel estatal y nacional. Por ejemplo, en la mayor parte del Decimoprimer Distrito de Texas, aproximadamente dos tercios de los niños hispanohablantes en edad escolar no han estado expuestos al español en las escuelas, a pesar de que este distrito cuenta con una población hispanohablante mayoritaria y significativa. Esto muestra que el acceso a programas de educación bilingüe o dual sigue siendo limitado, reforzando la tendencia hacia la pérdida de la lengua entre los niños (Martínez-García et al., 2021).
Por último, la presión social representa otro desafío, ya que Brenda ha notado que algunas personas la miran de manera diferente cuando habla español en público. Al vivir en una comunidad mayoritariamente blanca, enfrenta prejuicios, pero ha decidido ignorarlos y seguir hablándole en español a Diego para que él no sienta vergüenza de su idioma. Este tipo de experiencia no es única; los estudios muestran que las personas con mayor uso o dominio del español —incluso si también dominan el inglés— tienen más probabilidades de enfrentar discriminación étnica en espacios públicos, así como en el empleo, la educación, la vivienda y otros ámbitos. Esto demuestra que los prejuicios sociales hacia los hablantes de español son un problema estructural y no un caso aislado (Cano et al., 2021).

Más allá del idioma, Brenda quiere que Diego crezca con orgullo por su herencia cultural. Para ello, lo expone a tradiciones y festividades hispanas, como el Día de los Muertos y las danzas de los matachines en San Antonio, las cuales combinan creencias indígenas y cristianas (Cantú, 2019; Olguín Lacunza, 2021). Además, ha tomado la iniciativa de organizar un desfile de caravanas en New Braunfels, donde familias hispanas se reúnen con banderas mexicanas y música tradicional. Con estas experiencias, Brenda busca que Diego no solo aprenda español, sino que también valore su identidad y sus raíces.
La actitud de los padres es clave para que los niños se sientan cómodos aprendiendo un segundo idioma. El efecto de un alto nivel de participación y una actitud positiva de padres y madres en el rendimiento en los programas de idiomas correlacionan significativamente con el nivel de aprendizaje de sus hijos (Hosseinpour et al., 2015). Brenda ha creado un ambiente positivo para Diego, corrigiendo sus errores con paciencia y motivándolo a seguir practicando. Por ejemplo, cuando Diego mezcla inglés y español y dice sacatines en lugar de “calcetines” (fusionando socks y calcetines), Brenda lo guía suavemente para que mejore su pronunciación sin desalentarlo.
No es solamente la actitud de los padres que impacta el uso de las lenguas minoritarias. La madre de Brenda siempre le decía que los niños son como esponjas: absorben lo que escuchan y ven a su alrededor, por lo que el entorno en el que crecen es fundamental para su aprendizaje. El entorno familiar desempeña un papel clave en fomentar una actitud positiva hacia el uso del idioma de herencia. Según Portes y Schauffler (1994), aunque los hijos de inmigrantes dominen el inglés, no siempre eligen utilizarlo si tienen la opción, ya que su decisión depende en gran parte de su actitud hacia cada idioma. En el caso de Diego, el apoyo constante de sus abuelos y tías maternos —a través de libros, caricaturas y videollamadas en español— crea un entorno emocional positivo y significativo en torno al idioma español. Este entorno no solo incrementa su exposición al idioma, sino que también refuerza una actitud favorable hacia su uso.

Según una investigación del Pew Research Center, el 85% de los padres latinos en Estados Unidos hablan español con sus hijos. Este porcentaje aumenta al 97% entre los padres inmigrantes, pero disminuye al 71% entre los padres latinos nacidos en Estados Unidos. La cifra baja aún más al 49% entre los latinos de la tercera generación o más nacidos en Estados Unidos. Actualmente más de 40 millones de personas en el país hablan español en casa, lo que lo convierte en el segundo idioma más hablado en Estados Unidos (Lopez et al. 2018). Sin embargo, a pesar de su popularidad, el español enfrenta desafíos que dificultan su preservación (Lopez et al., 2018; Portes & Hao, 1998; Portes & Schauffler, 1994). Aun así, muchas familias hacen esfuerzos concientes por transmitir el idioma a nuevas generaciones.
La historia de Brenda y Diego refleja los desafíos que enfrentan muchas familias hispanohablantes en Estados Unidos al tratar de preservar su idioma y cultura. Aunque el inglés es la lengua dominante en su comunidad y en su hogar, Brenda ha encontrado estrategias efectivas para que Diego aprenda español de manera natural y significativa. Más allá del idioma, la transmisión del español representa un vínculo con la identidad cultural y familiar. Al crear un ambiente de aprendizaje positivo, aprovechar el apoyo de su familia y exponer a Diego a experiencias culturales, Brenda no solo le está enseñando a hablar español, sino también a sentirse orgulloso de sus raíces.
Referencias
Ada, A. F., Campoy, F. I., & Baker, C. (2017). Guía para padres y maestros de niños bilingües (2nd ed.). Multilingual Matters.
Cano, M., Perez Portillo, A. G., Figuereo, V., Rahman, A., Reyes-Martínez, J., Rosales, R., Cano, M. Á., Salas-Wright, C. P., & Takeuchi, D. T. (2021). Experiences of ethnic discrimination among US Hispanics: Intersections of language, heritage, and discrimination setting. International Journal of Intercultural Relations, 84, 233–250. https://doi.org/10.1016/j.ijintrel.2021.08.006
Cantú, N. E. (2019, November 30). Eploring los matachines: A traditional dance of faith and culture. Texas State Historical Association. https://www.tshaonline.org/handbook/entries/matachines
Hosseinpour, V., Sherkatolabbasi, M., & Yarahmadi, M. (2015). The impact of parents’ involvement in and attitude toward their children’s foreign language programs for learning English. International Journal of Applied Linguistics and English Literature, 4(4), 175-185.
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Portes, A., & Hao, L. (1998). E pluribus unum: Bilingualism and loss of language in the second generation. Sociology of Education, 71(4), 269-294.
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